Muy probablemente, si abandonas este artículo antes de terminarlo, no será por falta de tiempo, sino por tu ego. Esa voz que susurra: «qué pereza, esto no me aporta nada, echa un vistazo en instagram…». El ego detesta ser puesto en duda, y encuentra mil excusas para huir cuando alguien lo señala con el dedo.
Pero, ¿qué es realmente el ego? ¿De dónde surge esta idea de un “yo” que sentimos tan propio? En este artículo vamos a recorrer su significado en la psicología y en las tradiciones espirituales, para acabar con una pregunta crucial: ¿somos realmente lo que nuestro ego nos dice que somos?.
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La palabra ego proviene del latín y significa simplemente “yo”. En la vida diaria la usamos para describir a alguien engreído, pero en psicología y espiritualidad es mucho más que eso. El ego se refiere a la imagen que construimos de nosotros mismos: una mezcla de pensamientos, recuerdos, emociones e identificaciones que nos hacen creer que somos de una forma fija.
El ego no es lo que eres, sino la historia que te cuentas sobre ti mismo.
A pesar de sus diferencias, todas estas perspectivas coinciden en algo: el ego no es dueño absoluto de nuestra vida psíquica, sino un gestor limitado. Freud llegó a decir que “el yo no es el amo en su propia casa”, recordándonos que estamos influidos por fuerzas inconscientes que escapan a nuestro control. Jung añadía que “la persona debe ir más allá de su pequeño yo consciente” para encontrarse con un sí-mismo más amplio. Lacan nos sacudía con su famosa frase: «el yo es otro».
Nuestro ego es necesario para vivir, pero insuficiente para comprendernos del todo.
En casi todas las tradiciones espirituales, el ego no es el destino, sino el obstáculo.
Meditar nos permite observar a este dragón en acción: la sucesión interminable de pensamientos, juicios y frases internas que nos contamos. “Esto no es para mí”, “yo soy así”, “no voy a cambiar”… Al observar esas frases con calma, comprendemos que el ego no es más que un conjunto de voces pasajeras, no nuestra esencia.
Claudio Naranjo, en Cantos del despertar, recuerda que el ego es simultáneamente lo que necesitamos para movernos en el mundo y lo que nos hace sufrir, porque nos atrapa en patrones repetitivos y automáticos. El camino espiritual, dice, consiste en un trabajo de toda la vida para reconocer esas cadenas internas y liberarnos de ellas.
El ego es el dragón con el que debemos batallar una y otra vez; nunca desaparece del todo, pero podemos aprender a domarlo.
Agenda tu primera entrevista y enfréntate con tu propio ego.
El ego es una máscara que hemos aprendido a llevar, un mapa que nos orienta en la vida cotidiana. Pero no debemos confundir el mapa con el territorio. Cuando creemos que “somos nuestro ego”, nos limitamos. Cuando aprendemos a observarlo —como quien contempla a un dragón que se agita— descubrimos que es posible vivir con mayor libertad.
1 Ello, Yo, Superyó: Freud propuso en 1923 un modelo estructural de la mente compuesto por tres instancias. El ello es la parte totalmente inconsciente que representa nuestros impulsos básicos; el yo opera bajo el principio de realidad y gestiona los conflictos; el superyó incorpora la moral y las normas sociales, funcionando como un juez interno. Freud describió al yo como un árbitro entre estas fuerzas, sirviendo a tres amos a la vez. Para profundizar: Freud utilizó la metáfora del caballo (el ello) y el jinete (el yo) para ilustrar cómo el yo dirige, pero no controla completamente la fuerza de los impulsos. Además, consideraba que gran parte del yo también es inconsciente, lo que problematiza la idea de un “yo consciente y libre”. El modelo fue ampliado por la Ego-Psychology en EE.UU., que buscaba fortalecer el yo adaptativo, aunque más tarde corrientes como la de Lacan lo cuestionaron por encubrir la división subjetiva.
En su afán por ser reconocida como ciencia dura, la psicología cognitivo-conductual tendió a descartar todo lo que no fuese medible o refutable. Esta maquinaria de refutación permitió avances en eficacia clínica, pero a menudo dejó fuera aspectos subjetivos, simbólicos y trascendentes de la experiencia psíquica. Fenómenos como la espiritualidad, el sentido o la conciencia más allá de lo observable quedaron relegados, empobreciendo la comprensión integral del ser humano. Actualmente, algunas voces abogan por reconciliar estas perspectivas: sin renunciar al rigor científico, integrar también aquellas dimensiones intangibles —lo simbólico, lo espiritual, lo poético de la psique— que dan sentido a la experiencia humana.
2 El estadio del espejo: Concepto introducido por Jacques Lacan (1901-1981) para describir una fase crucial en la formación del yo. Entre los 6 y 18 meses, el bebé se reconoce en el espejo y se identifica con esa imagen unificada, aún cuando interiormente se siente fragmentado. Este reconocimiento funda el ego, pero lo hace a partir de una identificación externa e ilusoria. El ego es, por tanto, imaginario: una ficción necesaria para moverse en el mundo. Lacan subrayó que el yo es más bien un desconocimiento que un conocimiento de sí mismo, y que detrás de esa imagen coherente permanece un sujeto dividido, marcado por el lenguaje y el inconsciente.
3 Cronología del budismo: El budismo se originó en el siglo V a.C. en el norte de la India, con las enseñanzas de Siddharta Gautama, conocido como el Buda histórico. Esto lo sitúa más de dos milenios antes del psicoanálisis. Durante siglos se expandió por Asia, generando distintas escuelas (Theravāda, Mahāyāna, Vajrayāna), todas ellas con el denominador común de señalar la ilusión de un yo permanente como fuente del sufrimiento humano.